Aprendiendo donde no están mis límites. NYC Marathon 2011

Hace sol, un sol que no es normal en Nueva York, no hace frío, nada de frío y hay mucho silencio. Silencio porque va a hablar Michael Bloomberg a las doce mil personas que aproximadamente conformamos la primera oleada, la que a las 9:40 va a cruzar el puente de Verrazano en el inicio del maratón de Nueva York. Me ha tocado la salida buena, la naranja, una de las dos que va por encima del puente.

Habla Bloomberg y hay mucho respeto, es nada menos que el alcalde de Nueva York y aunque sea un tío muy discutido se le escucha con atención, sin ni una voz, como por supuesto y por desgracia no pasaría en España. Termina y una cantante comienza con el espectacular The Star-Spangled Banner que si no lo sabes, así se llama al himno americano. Y si antes había silencio ahora corta, todo el mundo se ha quitado las gorras, muchos se les ve emocionados y hasta a los muchos que somos extranjeros se nos encoge todo. Los helicópteros que están en el cielo es como si no estuvieran, como si no se les oyera.

Y cuando te crees que ya no queda nada más de emoción, se da la salida con un disparo seco, todo el mundo grita y atruena el «New York, New York» de Sinatra. Entonces esa primera oleada empieza a circular por la primera milla, la más dura del recorrido porque sube el puente. Correr encima del puente es alucinante, retumban las pisadas de los corredores, los helicópteros pasan a escasos metros del mayor puente colgante de América en horizontal y hay barcos que en el agua disparan chorros de agua.

Y por si no me he sabido explicar mejor mira…

Pero este año no me va a poder la emoción. Ya conté el año pasado lo que no hay que hacer al correr una maratón y no voy a repetir todos mis errores un año más. Estoy súper concentrado, me he hecho el propósito de no pasarlo mal y que la cabeza no me va a ganar en los 42 kilómetros que me quedan por delante. Me acuerdo de cómo se prepara Rafa Nadal en una final de Grand Slam y de la concentración de la que tanto habla Kilian Jornet y con mi por supuesto distinto nivel no lo voy a hacer diferente mentalmente.

Termina el puente y empieza Brooklyn donde aún todos los corredores están repartidos entre los tres recorridos que hacen que todos podamos correr sin problemas. Y aunque tengo ganas de ir más rápido controlo cada kilómetro entre los 4:50 y los 5 minutos. Y voy como un reloj y esos minutos son los que más disfruto. Dice el propio Kilian Jornet que lo importante no son los records ni las metas que te pongas sino las sensaciones que hayas tenido consiguiéndolos. Y es cierto, de lo que más me voy a acordar de este maratón no es del tiempo que he hecho sino de lo que he vivido en la carrera.

Salvo los puentes este maratón es brutal en cuanto a afluencia de público que va a animar, a cantar, a hacerte regalos, a sacar las banderas de su país, a buscar a los suyos. Y Brooklyn en eso es muy cálido tanto en la zona inicial de casas unifamiliares como cuando llegan los pisos. Es el no va más en cuanto a grupos de música que voluntariamente han ido a tocar, cada uno su música ¡hay más de 130 bandas!

La 4th Avenue de Brooklyn se me pasa pronto quizá porque se que me van a animar al final, en la milla ocho. Y el reloj de mi cabeza y de mi cuerpo sigue funcionando. Cada puesto de bebida bebo aunque no tenga sed, cada vez que hay un plátano lo cojo y me lo como, cada paso por un kilómetro, una milla, un diez mil o diez millas calculo y siguen saliendo las cosas bien.

Nueva York es una mezcla de nacionalidades espectacular tanto en el día a día como en el maratón. Más de la mitad de los cuarenta y cinco mil corredores son extranjeros y eso aporta mucho colorido, muchas banderas e incluso situaciones divertidas. En estas a veces están nuestras contradicciones patrias que el extranjero no entiende. Valencianos con la Señera Coronada como camiseta a los que les dicen ¡que viva Cataluña! o corredores con camisetas del Barça con mensajes separatistas a los que los incautos americanos a veces gritan ¡que viva España!

La media maratón llega al entrar en Queens en el puente Pulaski, el primer sitio donde se ve claro el skyline de Nueva York. Mucha gente cree que la maratón se desarrolla en Manhattan pero solo nueve de las veintiséis millas discurren por la Gran Manzana y este puente es la primera vez que se ve la enormidad de la ciudad. Y a todo esto paso la media maratón en 1:45:10 lo que debería no ser muy buen tiempo porque según la teoría debería hacer la maratón completa en el doble de tiempo más diez minutos, o sea, en unas tres horas cuarenta minutos. Pero lo cierto es que voy como un reloj, entre 4:50 el mejor kilómetro y 5:10 el peor, promedio cinco minutos y un segundo, y no estoy preocupado más que en no preocuparme, en seguir concentrado.

Poco después, entre la milla quince y dieciséis se cruza el puente de Queensboro que por fin te mete directo a Manhattan. El reloj Garmin que llevo se vuelve un poco loco y me dice que estoy haciendo el kilómetro cerca de doce minutos, lo que aunque se que por supuesto no es verdad, me despista un poco. Y al entrar en Manhattan, cuando coges la 1st Avenue es la locura. Todo el mundo grita detrás de las vallas que acordonan el recorrido, impresiona verte en un circuito enorme en el que la gente te lleva en volandas y en el que por fin me encuentro con Arturo y Myriam que han venido a verme.

Poco después empiezo a notar que voy menos suelto y me da fuerzas ver a gente de verdad con problemas. Paralíticos cerebrales, ciegos, mancos, cojos de las dos piernas, parapléjicos, todos corren y se quejan mucho menos que yo. ¿por qué iba a tener que hacerlo yo? La capacidad de sufrimiento humana es mucho mayor que la que yo soy capaz de tener en la cabeza y eso me empuja a que no me duela, a seguir.

En la milla dieciocho tengo mi golpe de suerte en la maratón, me encuentro a un hombre de los que pone la organización con globos que indica que va a hacer el recorrido en tres horas y media y me pego a el como una lapa. – A este no le suelto, aunque me muera – Esto hace que vuelva a los ritmos de menos de cinco minutos por kilómetro que poco a poco iba subiendo. Hago las siguientes cinco millas a tope en un grupo que conformamos cinco: el hombre del globo, un chico con una camiseta «in honor of my dead son John», una corredora danesa y otro corredor austriaco, no quiero perderlos y para no hacerlo empiezo con mi terapia de acordarme de determinada gente en cada kilómetro y hablar con ellos, decirles qué me gusta de ellos, por qué les quiero o qué me gustaría mejorar y me imagino lo que me responden lo que hace que se me vayan casi diez kilómetros sin pasarlo demasiado mal.

Pero en la milla veintitrés, después de un puesto de agua y Gatorade pierdo por poco al grupo del hombre del globo y empiezo a caer poco a poco. Es mi peor milla del recorrido con diferencia, hago diez minutos quince segundos frente a un promedio total de carrera de ocho diecisiete. Este es el trozo que discurre por la Quinta Avenida que psicológicamente es duro, donde se supone que está el famoso muro. Me despierta de este rato ver a un paralítico cerebral que se ríe cuando pasa un iluminado vestido de oso peludo desde la cabeza a los pies. Y una vez más pienso que mi capacidad de lucha tiene que estar mucho más arriba y que no puedo estar cansado y caramba, me vengo arriba bajando a nueve ninutos y medio la milla veinticinco, ya dentro de Central Park.

En Central Park ya se que estoy terminando, me acuerdo de lo mal que lo pasé el año pasado, de Diego y sus ánimos, y saco más fuerzas de donde se supone que no las había bajando la milla veinticinco en menos de nuevo minutos. Voy disfrutando, mucho, me duelen las piernas pero mi cabeza sigue diciendo que queda mucho, que es lo mejor y que no tengo que bajar.

Y ahí está la calle 59 y de nuevo la entrada a Central Park, la piel de gallina, las gradas de ING atestadas de gente donde me esperan y me animan los míos y donde llego, con permiso de mi cabeza pudiendo haber hecho más, con un tiempo total neto de 3:36:52 lo que es diez minutos mejor que mi mejor tiempo en maratón y quince minutos mejor que el de Nueva York de el año pasado. Todo por pensar y por luchar…

Invierto en Deporvillage

Soy corredor, no se si bueno o malo pero desde luego de los que insisto. Como insisto hago muchos kilómetros y como hago muchos kilómetros tengo que cambiar de zapatillas de deporte cada relativamente poco, al menos una vez al año. Es obvio que las zapatillas las busco a través de Internet, lo menos obvio es que al final las compro en una tienda especializada o en El Corte Inglés. ¿Y eso? Es fácil, para mi no hay un buen site de e-commerce de deportes, mejor dicho, no había un buen sitio de e-commerce hasta que descubrí a los chicos de Deporvillage. Curioso sin duda. ¿Dónde comprarías unas zapatillas de deporte? Dime rápido un site de deportes y si ya es chulo mejor. Si me compro unas Nike sin duda iría a Nike Plus pero ¿un site que aúne varias marcas y varios deportes? Para mi no lo hay, como he dicho, no lo había.

Para ser justos del todo este post se tenía que haber escrito hace ya bastante tiempo y es que conocí Deporvillage en Seedrocket que se desarrolló en Barcelona en mayo. El nivel de Seedrocket cada año sube y este año no podría ser menos pero desde el principio, como corredor, me hizo especial gracia que hubiera un proyecto de e-commerce de deportes. Y no solo era gracia lo que tenía el proyecto. Ya andaba facturando, los tres emprendedores (Xavier Pladellorens, Angel Corcuera y Francesc Duarri) tenían un gran nivel, el site era usable, los precios muy competitivos y nos hicieron muy fácil y atractiva la inversión. A mi se me unía un punto adicional y es que esos días salía de una inversión con un retorno interesante y casi fue invertir esta y un poco más (y es que los beneficios duelen menos invertirlos que los ahorros)

El resultado es obvio. Fueron los ganadores de Seedrocket y lograron cubrir una ampliación de capital interesante con socios como Albert Ribera, Alberto Knapp, Cabiedes and Partners, Carlos Blanco, David Tomás, François Derbaix, Jesús Monleón, Joan Margenat y Marek Fodor. Para leer noticias de la ronda puedes hacerlo en El PaísCotizaliaExpansión, La VanguardiaSeedrocket….

A partir de aquí muchos sueños y mucho trabajo por delante y sin duda un gran mercado en contínuo crecimiento que espero que Deporvillage sepa liderar dando el salto internacional en cuanto se tenga la suficiente tracción. ¡Ánimo chicos! ¡Run!

Cuando cinco minutos es una eternidad

Ayer corrí la Maratón Popular de Madrid, esa que hasta ayer mismo y durante muchos años fue más conocida por MAPOMA y que a partir del año que viene pasará a ser la Rock and Roll Madrid Maratón. Supongo que son cosas de la modernidad, de los patrocinios y de lo que nuestro afamado ZP quizá llamaría alianza de las civilizaciones.

Ha sido mi segunda maratón de Madrid, he vuelto al escenario en el que hace muchos años fue mi primera maratón y ni que decir que a mi ciudad, a mi Retiro que tantas mañanas me soporta. Por estos motivos y por muchos más le guardo especial cariño. Aquella primera maratón fue una experiencia sobrecogedora a pesar de los 4:34 con los que terminé los 42 kilómetros. Se me sigue poniendo la carne de gallina acordándome de tantos detalles.

Estoy seguro que si estás leyendo estas líneas y no eres corredor o si piensas que la maratón es algo inalcanzable pensarás que esto es de locos, que no lo harás nunca pero de verdad, salvo excepciones estás equivocado. Equivocado porque ayer vi correr a gente con 75 años, equivocado porque alguno era discapacitado, equivocado porque tienes hasta seis horas para acabar el recorrido, equivocado principalmente porque quizá nunca lo hayas intentado.

Y es que correr es algo de tenacidad, no tiene muchos más secretos, dando por hecho un poco de salud se basa en tenacidad. En diciembre empezamos cuatro personas con un plan de entrenamiento intenso. Desde entonces he corrido, incluyendo el día de la maratón, 607 kilómetros en un total de 16 semanas y 55 horas y media. En ese tiempo he tenido un poco de todo. Casi dos semanas sin correr por un pequeño esguince que un crack de fisioterapeuta me solucionó fácil, fechas de más kilómetros, de mejor promedio, de saltarme entrenamientos, de buscar huecos en el día a día, de no hacer todas las pesas y cuestas que había que hacer, lo normal, al fin y al cabo entrenar es como la vida, hay veces que lo haces mejor y otras peor.

Después de tanto entrenamiento el plan era bajar de tres horas cuarenta minutos. En la maratón de Nueva York corrí como no hay que correr nunca una maratón y a pesar de ser un recorrido apropiado para poder hacer una marca decente la manera de correr no me permitió más que un tiempo de 3:51:29. Y además es que llegué muerto, me tragué el muro y todo lo que venía después pero es que uno no es de piedra y cruzar los barrios de Nueva York emociona y hace que vayas más rápido de lo deseable.

Y la carrera no ha ido mal. Tenía dos objetivos, el más ambicioso como he dicho antes bajar de 3:40, el obligatorio bajar el tiempo de la maratón de Nueva York. ¿El resultado? Algo intermedio, he mejorado lo que en maratón es una eternidad. He parado el reloj en un tiempo neto de 3:46:11 y la verdad es que, aunque al principio he llegado poco satisfecho ahora estoy encantado.

En los días previos a la carrera he hecho todo lo que dicen los entendidos que hay que hacer. Comer muy pronto, llenarme de hidratos los días anteriores, beber mucha agua, tomar mucha pasta, correr poquito…

La carrera empezaba a las 9 de la mañana, íbamos cuatro personas juntas pero yo iba a correr solo. Y si no pones los medios correr solo es durete. Madrid es un recorrido complicado especialmente al final porque los últimos siete kilómetros son de subida. Y cualquier maratón es difícil psicológicamente, no por nada, es que son muchos kilómetros…

El primer trozo fue fácil, es de ligera subida pero uno va muy contento, la Castellana es bonita y a pesar de hacer alguna variación extraña en una línea recta, es ese primer trozo en el que no vas pensando en todo lo que te falta por delante. Al llegar al kilómetro cinco un tío muy salao se ocupó de recordarnos a todos los que estábamos alrededor que ¡solo quedaban 37 por delante! 🙂

Y hablo del kilómetro cinco porque para mi una maratón hay que hacerla pensando en pequeños objetivos, que en mi caso fueron de cinco kilómetros. Cada cinco kilómetros tienes una carrera y no piensas en los que te quedan hasta los 42, es paso a paso y si te empeñas puedes hacer de cada kilómetro una batalla, que 42 batallas se hacen más cortas que una guerra.

En el kilómetro ocho primer punto cariñoso. Mi mujer y varios amigos nos fueron a animar, a ese y a varios puntos del recorrido, lo que por supuesto ayuda mucho. Este es el momento de volver a dar las gracias a mi chica, que en esos cientos de kilómetros de entrenamiento ha estado siempre ahí, en alguno incluso hemos corrido juntos, y ha sido la que ha estado en la sombra para que ayer pudiera correr.

Los kilómetros pasaban con ausencia de fruta ¡cómo la eché de menos!, buscando los globos de los guías ¡salieron todos a la vez y no conseguí pasar más que a los de 4:15!, con poca música y con poca animación. No es por ser vinagre pero estas han sido las únicas cosas no tan positivas de la maratón. Acostumbrado a la última maratón en el que no hay un momento sin gente animando que hasta regalan fruta, sin grupos de música improvisados, sin muchos muchos guías esta se me ha hecho rara.

La Casa de Campo como la otra vez fue larga y se acercaba el muro. El muro es ese punto en el que muchos marathonianos nos quedamos sin reservas y de alguna manera terminas tirando de lo que no hay. Está en un punto indefinido entre el kilómetro treinta y treinta y cinco y es el ogro de los maratones, no siempre llega pero su sombra siempre está. Al salir de la Casa de Campo que es ya el kilómetro treinta y dos me esperaba mi cuñado para acompañarme en esos últimos diez kilómetros que por primera vez no se me han hecho infernales, por primera vez no me choqué contra el muro. Y es que como dije antes Madrid es hacia arriba desde el kilómetro treinta y cinco y los últimos pican hasta llegar a El Retiro.

La llegada maravillosa, se me vuelve a poner la piel de gallina, he apretado al final lo que podía y como he dicho antes he llegado en un tiempo neto de 3:46:11 lo que en bruto es 3:52:09 (hemos salido con seis minutos de retraso por la mucha gente que corría). Al entrar mucho disfrutar, por supuesto cansado, y no me ha pasado lo que la última vez que pensé que nunca más correría una maratón… Ya estoy buscando la manera de conseguir dorsal para repetir Nueva York el próximo 6 de noviembre. ¿te vienes? Y es que esto de correr y de las maratones engancha, mucho.

Mi marathón de Nueva York.

Ya han pasado diez días desde que corrí los 42 kilómetros y 195 metros de la marathón de Nueva York y no hay uno que no piense en la experiencia. Lo he hablado con mucha gente y casi siempre me salen cosas distintas y quizá escribirlas aquí me sirvan para unirlas todas en un solo relato.

No voy a contar el por qué la corrí, cuando me apunté, ni qué es una marathon, eso ya lo escribí en otro post titulado correr una marathón. Hoy me voy a centrar en ese día, bueno mejor dicho, en esos días en un Nueva York que es una ciudad que me encanta.

Si miro atrás me veo entrenando mucho y solo. Y es que correr en solitario es distinto. No puedo decir que sea más difícil pero si que es eso, distinto. A pesar de que traté de convencer a gente que se apuntara, no cuadró encontrar a nadie, que tuviera dorsal y que además fuera a mi ritmo. Así que han sido muchas horas de series, cuestas, farleigh, carreras largas, pesas… Horas maravillosas de escuchar música, pensar, de estar en medio del monte o en medio de una ciudad y de tener, en definitiva, tiempo para ti, que también es necesario.

Y siento que he entrenado solo pero no del todo. Aunque no ha corrido la marathón Myriam es parte de ella. He tenido una preparación de cinco meses y ha sido ella la que siempre me ha cubierto con los niños y con todo lo que pudiera apoyar para que yo pasara más tiempo en la calle. Al viaje por supuesto que Myriam me acompañó y fui añadiendo gente que vino a animarme, mis suegros (grandes), amigos… ¡es que Nueva York tiene mucho encanto!

No voy a enredar mucho el post con un Nueva York en el que se veía ambiente runner por todos lados. No le daré mucho espacio a cenas en el River Café, en Il Gattopardo, un día de compras, un Mary Poppins espectacular, una ópera Carmen en el Metropolitan de las bonitas bonitas (si te gusta la Ópera no dejes de ver La Habanera, La Seguidilla, la muerte de Carmen…). ¡Qué maravilla de viaje!

Me voy a la carrera, directo con una sensación que los americanos lo hacen todo a lo grande y fácil. Creo que es Luis Martín Cabiedes, él que dice que «los americanos son tan listos que juegan al rugby con casco», a lo que yo añadiría que es que encima lo hacen con normalidad, sin aspavientos y a lo grande.

Y es que todo en la marathón de Nueva York es alucinante. Lo primero es que ¡te levantas a las 4:30 de la mañana!. Suerte fue que esa noche cambiaron la hora en Nueva York y se durmió una hora más, pero como te tienen que llevar al puente de Verrazano, los autobuses van saliendo desde las cinco. Aunque la organización es impecable, es mucha gente la que hay que transportar hasta la base militar desde donde sale un recorrido con varios puentes, y varias salidas, que tienen que tener completamente libres de cualquier tipo de tráfico.¿La primera salida? Sí, desde las 8:30 hasta las 10:10 salen seis: sillas de ruedas, profesionales hombres, profesionales mujeres y otras tres del resto de tropa (que al principio se subdividen en tres recorridos distintos).

Te sientes raro cuando a las cinco de la mañana vas en un autobús lleno de gente con una ilusión enorme por correr la marathón. Raro porque tiene su pelín locura cruzarte Manhattan de noche para ponerte a correr 42 kilómetros, pero eres un loco feliz. Y las locuras felices siguen. Llegas a una base militar en la que  todo está maravillosamente organizado en cuanto a zonas de espera, comida y bebida caliente, autobuses de UPS que llevarán tu ropa a la llegada, bandas de música y demás eso si, hace un frío de narices y se hace un poco largo.

Y es que desde que llegas sobre las cinco y media de la mañana hasta tu salida, te pueden pasar más de cinco horas. El frío no ocultaba que iba a ser un día totalmente despejado en Nueva York pero el sol tardó en salir y lo noté un poco y eché de menos algo más de ropa que sin duda mucha gente de mi alrededor ya tenía experiencia y estaban equipados hasta arriba.

Mi salida era a las 10:10. Tenía la mala suerte que en el puente inicial de Verrazano me tocaba por dorsal en su piso de abajo pero como ya iba avisado «me colé» para poder disfrutarlo desde arriba. La sensación de la salida es indescriptible, atruena en los altavoces «New York, New York» de Sinatra, sobrevuelan helicópteros, los barcos sueltan agua debajo del puente, retumban las zapatillas de los corredores en el puente suspendido mayor de Estados Unidos y ¡te quedan 42 kilómetros por delante corriendo por Nueva York! ¿Lo quieres ver? Algo se intuye…

El recorrido para mi tiene lo más bonito en su gente. No hay momento que no te estén animando, no hay zona sin gritos, sin grupos de música improvisados: raperos, rock duro, africanos, latinos ¡en Harlem sonaba «Welcome to the Jungle» de Guns and Roses!, momento piel de gallina, glabs…

Y es que la ciudad entera se vuelca contigo, te lleva en volandas, te encuentras banderas de todos los colores, gente regalando bebida, platanos, dándolo todo. Otra anécdota con las banderas es que me tuve que encontrar al típico con la bandera de los presos de ETA, no pude reprimirlo, el animaba (supongo) y cuando pasé a su lado le grité: ¡te has olvidado de dejar la bandera en tu pueblo! Evidentemente alucinó 🙂

Pasas por Brooklyn, por Queens, por el Bronx, por Harlem y al final solo por Manhattan. Hay mucha gente que piensa que pasas por todo Manhattan pero no es así. Para mi no deja de tener su encanto correr por esos otros barrios tanto por la animación como por las vistas del skyline del centro de la ciudad, ¡vaya! ¡otro momento piel de gallina!

Tanto disfrutar y me pasó lo que sabía de sobra que no me tenía que pasar: iba a muy buen ritmo, para bajar de tres horas y media pero ese era mi tiempo objetivo, otra cosa son los medios. Hay muchas maneras de correr una marathón pero una de las «normas» es que no debes ir a un ritmo muy ajustado porque lo pagas al final. Es preferible ir por encima de tu tiempo medio por kilómetro y no pensar que ese iba a ser tu día de suerte, pero uno es humano y competitivo contra uno mismo y se piensa que la lotería toca, y por supuesto no me tocó.

A pesar de que me vinieron a animar en distintos puntos del recorrido (cosa que es clave aunque los veas fugazmente) y que mi amigo Diego se unió en la milla dieciséis el final fue duro. A partir de la diecinueve mi mala estrategia me empezó a hacer perder tiempo. Los kilómetros ya no estaban todos por debajo de cinco minutos, ¡los últimos los llegué a hacer seis minutos y medio!

Y es que lo que supuestamente hacía mucha ilusión y era precioso (Central Park) se me hizo infernal. Cuando pasamos por el kilómetro cuarenta recuerdo decirle a Diego que se me estaba haciendo eterno ¡que todavía quedaban dos kilómetros! Es curioso como una distancia así se te hace lo más largo del mundo mientras que si un día sales a correr a los dos kilómetros ni siquiera estás sudando en condiciones.

Diego me vino genial, me apoyó muchísimo pero cuando llegué me dije a mi mismo que nunca más ibas a correr una marathón, estaba mareado, tenía las piernas agarrotadas y aunque había llegado bien de respiración y no parecía que fuera a perder uñas como en otra vez ¡me encontraba de espanto! Al final tardé 3:51:29, lejos de las tres horas y media esperadas.

Tardé un rato en llegar donde me esperaba Myriam y nos fuimos, yo muerto, al hotel. Un rato después tocaba cenar pasta y ya empezaba a pensar en cómo convencer a Myriam para ver cual va a ser mi próxima marathón… Hasta hoy, que sigo pensándolo y disfrutando del recuerdo.

Correr una marathon…

…es de esas cosas que hay que hacer al menos una vez en la vida. Lo malo es que cuando corres una tienes que correr más.

Ya ya, ahora viene el que «correr es de cobardes», el «yo prefiero las carreras en la cama» y resto de frases… Vosotros os lo perdéis, si queréis no sigáis leyendo, quizá esto no sea para vosotros. 🙂

Por empezar desde el principio ¿cuánta gente sabe qué es una marathon y por qué los 42.195 metros de la carrera? Muchos piensan que es la distancia que separa Marathon (una llanura griega) de la ciudad de Atenas y que esa distancia fue el recorrido que hizo Filípides, antes de morir, en el año 490 antes de Cristo para anunciar la victoria de los griegos sobre los persas. Todo es verdad salvo el el pequeño detalle que lo que recorrió Filípides no mide 42.195 metros sino unos 26 kilómetros. ¿Y entonces? Pues los 42.195 metros es la distancia que en los Juegos Olímpicos de Londres de 1908 se estableció como prueba de marathon, que venía de los 40 kilómetros de los Juegos Olímpicos de Atenas 1896, y que no es nada más que la distancia del Castillo de Windsor al Estadio Olímpico. Así de sencillo y de absurdo (como muchos ingleses).

Mi historia con la marathon es de ya hace ya muchos años. Ya no me acuerdo cuando, quizá el año 2000 corrí la marathon de Madrid. Era más joven y quizá un poco inconsciente. Digo que no estaba muy en mis cabales porque fue mi primera gran carrera después de salir del colegio, era deportista pero de correr correr nada. A mi amigo Emilio Tena y a mi se nos ocurrió un día que por qué no prepararla y con eso nos pusimos. Nos dedicamos a ir a la pista de atletismo del que fue mi colegio y a dar vueltas al circuito clásico de 400 metros. La suerte fue que pedimos ayuda a un mito poco conocido del deporte español y que es profesor del colegio: Luis Miguel Landa que por entonces era Seleccionador Nacional de Fondo y famoso por la dureza de sus clases de Educación Física.

La marathon no nos fue bien. Pinchamos al final del todo, donde casi todo el mundo. Emilio tuvo problemas musculares que le tuvieron de masajes un buen rato, íbamos matados y lo terminamos en 4:34 horas. Y digo que no fue bien en cuanto al tiempo que pensábamos hacer y el que hicimos, lo que si que fue alucinante fue la experiencia. ¿De lo más alucinante que he hecho en mi vida? Muy probablemente, por supuesto después de casarme con mi mujer y tener los tres niños.

Fue una experiencia única por ser capaz mentalmente de hacer esa animalada, por ser capaz de luchar contra ti mismo, por el compañerismo que hay, por el ambiente, por correr por tu ciudad para ti, por correr con un amigo, por tener la piel de gallina cuando oyes Carros de Fuego en un gran altavoz que un cualquiera saca en la calle Goya, por perder dos uñas, por todo esto y por mucho más.

Y como las experiencias como esta hay que repetirlas pues me he metido en otro jaleo. ¡El 7 de noviembre corro en Nueva York! Se me ocurrió sin hablarlo con Myriam y me apunté al sorteo y tocó. Muy fácil. Y es que correr en NY no es fácil porque entras por sorteo, pagando a una ONG (mínimo unos 2.000 dólares) o con una marca fuera de mi alcance.

Con lo que llevo intensificando lo que corro mucho con un plan que me han preparado, esta vez no ha sido el gran Luis Miguel Landa, y ese día saldré de Staten Island hacia Manhattan y su Central Park. Bufff, piel de gallina….